viernes, 8 de mayo de 2015

Sucesión discontinua y un desenlace.

Las preguntas son ilimitadas e inmemorables si de ello  hacemos partícipe la cercanía de los votos. -Claramente enajenables unos a otros- Tal y como llegamos a ese voto nos alejamos de él, discurriendo en la confusión  a tal punto que la deserción es la única solución. Para nadie es un secreto que nuestras prelaciones son más erróneas en el argumento que en su boceto. Y el paradigma es cognoscitivo: El ateo-como en su caso el creyente-  busca darle una lógica racional a sus planteamientos existencialistas posicionándolos en la negación rotunda o alternativa. Del mismo modo, a la hora de propugnar su postura, la oratoria exhaustiva lo conduce a una inestabilidad casi que indeseada y en vista de ese mordaz ofuscamiento (el propio), las disyuntivas dan lugar a otras. Sin embargo cabe resaltar que los arquetipos son aleatorios, que bajo ninguna circunstancia las preposiciones se inclinarán a una tendencia elitista y que la imparcialidad será el principal punto de partida con anhelo de que así sea el de llegada.

El hilo conductor, traduce el permanente debate de la conciencia y el raciocinio. Al germinar la figura, su horizonte es trazado unánime  al progreso evolutivo  y así mismo la vida transcurre sin espetar  ni penetrar  la tranquilidad de la figura, con el fin de no vedarle.  Pero también sabemos que gracias a nada y a nadie, eso no es posible. El hombre está arraigado al dolor, al sufrimiento, a la desgracia, y a la ruindad en su conjunto. 

lunes, 4 de mayo de 2015

Desde este mundo. Tú, desde otro.

-Somera etiqueta de un nombre.
Recuerdo el día que tomaste mi mano,  con una carcajada mimética estrujaste  tus labios en mis dedos, tu lengua apenas tocaba mis uñas, y el color de tu pelo combinaba tan bien con esa luna llena, llena de luz, llena  de poesía con sentencia a la retroalimentación del flirteo (el nuestro). Porque eso sí, yo era egoísta y cada invención de la palabra le ponía protagonista. El simposio no contenía estimaciones al insulto, más bien, el desarrollo de la idea comprendía su enjambre y vos tejías por tu parte.  En cada letargo me dedicaba a contemplar tu mirada, tus largas y risadas pestañas, a veces evadía erudiciones onomásticas y me concentraba en los detalles, en la voz y el eco que dejaba cada estentóreo, en la boca de quien discute, de quien cree omitir esa complicidad, esa refutación que reclama un beso y una caricia anhelante.
Vos me querías tan bonito. ¿Recuerdas?, ¿Recuerdas esas zancadas vespertinas en el jardín?, ¿Las flores y el verde vivo que contemplaban la temática de un colorido?, solía sentarme y pensar  en el viento, en el vaivén que conlleva cada momento y vos te me quedabas mirando, como quien reclama una exégesis a la excomunión de la conciencia. Yo callaba. Sabías bien que me disgustaban las metonimias. La reminiscencia y las concepciones le pertenecen a quien les germina.  Hacías un breve silencio y el sollozo elegíaco se desvanecía con el tiempo.  Volvíamos a eso de las sonrisas, y propugnábamos nuestros puntos de vista. Por momentos,  la inexorable melancolía abandonaba nuestros cuerpos, bifurcábamos del espacio y del tiempo –pero eso no, eso sí que no-  después de las dicotomías al menester de la zona conocida, la figura no resplandecía  en la extensión desconocida. Y la ética y la moral. No, no, no era posible.  Regresábamos a casa con la insulsa expresión de la memoria, el espejismo cavilaba en un vos- en un yo- pero nada, las manchas, la materia eran olvidadas. Y sí, por supuesto. Allá pertenecíamos, no nos tocábamos, no había confabulación alguna de la existencia,  la impávida cercanía era sinónimo de desconsuelo. Mejor así, con rumbos tangenciales y caminos apenas recorridos.
Una vez te  sugerí un café, estaba dispuesta a acabar absolutamente con  la idea del amante.  La abstracción me abrumaba en la penumbra, en la ausencia, en el alma. Aquel día no tocamos palabra más que en la despedida, donde sugerí un plano de armonía.  No respondiste nada  y  mantuvimos la distancia por un par de días. Cuando apareciste de nuevo ya no llevabas la mirada perdida, esos ojos no los conocía y me abrumé con la leve interpretación de tu sonrisa.

Finalmente, en una noche de abrumada melancolía me dijiste “No te fijés, volá junto a él”, metiendo tus dedos en mi pelo con falsa e irónica caricia. Aquella madrugada me repetí la frase y hasta pensé que así debía ser. Cuando desperté, vos ya no estabas conmigo, pero seguías ahí, tendido en la cama, mortal, hiriente.  Lo que nunca aludiste fue que vos sabías de vientos que se esfuman, que en efecto, eras tú su conmemoración.