jueves, 1 de noviembre de 2018

Una vez más.

Raúl, un hombre de mediana estatura, pelo negro y tez blanca, viraba hacia la derecha – atónito, desconcertado y cabizbajo – tras haber concluido una discusión en donde se habían profesado de manera estentórea algunas acusaciones entre él y una mujer esbelta. Aquella discordia lo había dejado inerme en medio de la calle – pues, era él quien se disponía a partir después de haber sido inducido e increpado a hacerlo –.

En cuanto dio su primera zancada en el pavimento, no dejó de pronunciar en su mente múltiples sentencias que le generaron un sentimiento de resquemor, que le incitaban a recrear aquella escena que había tomado a lugar minutos atrás. Por consiguiente, Raúl se dispuso a caminar iracundo en medio de la calle, con una metamorfosis facial caracterizada por una gestualidad de desagrado cuyo sustrato de indisposición se denotaba en las mejillas sonrojadas, el ceño fruncido, la frente arrugada y los labios apilados entre sí. No duró mucho esforzándose en cavilar, cuando, entre sus confusiones se coló la caída de un zapato desde lo alto de un edificio que indujo a que Raúl divisara el contexto y las motivaciones del evento, pues éste había chocado contra el piso, a centímetros de proximidad de donde él se encontraba. Fue en ese momento que deparó que la caída del zapato había sido un efecto inesperado de la acción, y que la actriz protagónica era una mujer que intentaba caer desde lo alto.

Raúl observó a su alrededor, contemplando que no había nadie que pudiera auxiliarla. Pensó que sería absurdo intentar lanzar un grito de alarma a tales horas de la noche, cuando todos estarían durmiendo, o en su defecto, dispuestos a descansar; además, encontró la decisión precipitada y poco oportuna, ya que asumió que la mujer habría ideado lanzarse en esas condiciones; por lo que vociferar o pronunciar palabra alguna, produciría un efecto contrario al esperado.

No hubo tiempo para someras reflexiones si este quería interrumpir el plan de la mujer, así que partió a correr, subió las escaleras en el menor tiempo posible, alcanzó la puerta que daba hacia la cúspide el edificio, giró el picaporte, accedió con un gesto de angustia y se aproximó a la mujer con cautela, tratando de disuadirla. La mujer lucía aturdida y desconsolada, se notaba que había llorado puesto que su nariz aún estaba roja y todavía conservaba rastros de lágrimas en sus mejillas.

La escena de desesperanza fue esporádica y efímera, ya que la mujer no tardó mucho en retractarse y correr en dirección a los brazos de él. Por su parte, Raúl todavía enajenado por la situación, se limitó a dar pequeñas palmaditas en la espalda de la mujer y seguido a ello, se apartó con ademán brusco. Minutos más tarde de haber conservado silencio entre ambas partes, Raúl tomó la iniciativa de invitarla a un café que operaba a unas cuadras del lugar las 24 horas del día; por lo que se dispuso en el trayecto a tratar de conciliar con ella y a su vez, de tranquilizarla.  Una vez accedieron al lugar y cada uno realizó su respectivo pedido, Raúl percibió que la mujer lucía diferente, e incluso se atrevió a pensar que lucía radiante, ya que durante el tiempo que tardaron tomándose sus bebidas, ésta parecía haber olvidado lo sucedido y actuaba como si el encuentro se tratara de una cita y una reunión premeditada. Esta actitud fue rechazada de inmediato por Raúl, quien había tenido un día largo y al final del él no había salido bien librado; así que no lograba concebir que una extraña se burlara de su persona, éste había contado con buenas intenciones y por lo tanto, no lograba equiparar su posición heroica con el cinismo de la mujer, es decir, Raúl pudo invertir el tiempo del rescate en un plan específico que le permitiera solucionar el malentendido con quien ahora parecía ser su expareja. Ya no habría justificación que esta vez rescatara a la mujer del meollo; por lo que, concluida su reflexión, Raúl pagó la cuenta, se despidió de la mujer a regañadientes y se dispuso a continuar su camino en la calle.

Insatisfecha con la partida de Raúl, la mujer se incorporó del asiento con rapidez y trató de seguirlo, pronunciando desde lo lejos su nombre. No obstante, sus gritos fueron en vano, ya que nunca obtuvo respuesta; así que optó por reprocharle que su actitud había sido descortés, que no podía salvarla, cambiar sus planes abruptamente y marcharse sin motivo aparente. Raúl, atónito frente aquello que había escuchado hizo una pausa, pensó largo rato – momento en el cual fue posible que la mujer alcanzara a estar a un metro de su espalda y pensara que sus argumentos habían sido suficientes para hacerlo entrar en razón –, bajó la cabeza haciendo ademán de estar pensando en algo serio y continuó su camino dando pasos más largos. La mujer se sintió profundamente ofendida, estaba a punto de decir algo importante y éste sólo demostraba indiferencia y resquemor. Bajo estas circunstancias, la mujer entró en cólera, corrió dando zancadas más largas y logró enfrentarlo, pero esta vez no esperó nada de él (ni un gesto descortés, ni uno de arrepentimiento), sólo se situó al frente de él y empezó a recriminarle que la hubiera dejado a altas horas de la noche en un café, que no la llevara a su departamento – tal y como ella lo esperaba. Luego, sollozó de nuevo y su voz tambaleó, esta vez expresaba que su pareja había rompido con ella y que la única manera de afrontar su existencia sería a través de una figura que lograra sustituirla, concluyendo de manera tajante que éste estaba en la obligación de quedarse con ella, brindarle el abrigo que requería, al fin y al cabo, al momento del rescate, se había mostrado altamente preocupado e interesado, pues, de no haberlo estado, no habría asumido la responsabilidad.

Raúl, iracundo ante tal argumento blasfemó haber encabezado el rescate, dejó en claro que este sólo tenía intención de exhortarla, pero se mostró firmemente arrepentimiento, ya que con claridad le expresó que lo mejor habría sido que él hubiese tomado otro rumbo y que el cuerpo de la mujer, a la hora, yaciera sobre una cama de hospital, en donde el único dictamen válido fuera la muerte. La mujer demostró un dolor profundo en su rostro, divisó el camino antes recorrido y partió corriendo en dirección al edificio. Seguido a ello, Raúl prefirió reflexionar frente a un tema que lo estaba atormentando desde el comienzo y se dijo a sí mismo: “Debí dar un paseo en el parque, mucho antes de que Andrea llegara a casa, así, habría podido ahorrarme cualquier malentendido esta noche”.

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